domingo, 22 de marzo de 2020

Apoyo psicológico desde casa




Estimados amigos:

Queremos enviaros nuestro apoyo y cooperación para estos días de aislamiento en casa.  Estas circunstancias que nos afectan a todos, nos alientan a lanzar cabos a quien lo necesite, navegamos en el mismo barco y hemos de aprender a remar en la misma dirección. Más allá de nuestro cuidado físico, imprescindible en estos momentos, hemos de atender nuestras necesidades da salud emocional. 

Afortunadamente internet nos acerca y tenemos acceso a muchos profesionales de distintas disciplinas que nos ofrecen materiales, tutoriales, ocio, etc, para estructurar el tiempo, aprender y entretenernos.



 Es importante no cultivar el hastío, la desesperanza, es diferente de la reflexión, tan necesaria, de la actitud introspectiva para darnos cuenta de cómo estamos, de la reorganización del sentido de lo que vivimos y hacemos, y especialmente de la necesidad de impulsar, cada uno de nosotros, actitudes de cooperación, generar y experimentar sentimientos de comunidad, que nos acercan a nuestros congéneres en estas circunstancias, y estimo que ha de transformarse en un aprendizaje para después, cuando recuperemos la libertad de movimiento, el acceso a los parques, a las terrazas, a las playas, a nuestra vida en las calles. 



Por ahora, la orilla deseada nos espera en una especie de barbecho que le sirve para recuperarse de nuestro impacto, floreciendo la primavera a sus anchas aliada con la lluvia que amablemente estos días riega los campos, limpia las aceras, refresca el aire. Las aves vuelan ajenas a nuestro retiro, algunas tal vez, algo despistadas ¿Donde están estos que hacen kite donde nosotras hemos de beber después de cruzar el estrecho?, ¿Por qué este fin de semana no hay botellas, botes, plásticos que se desplazan hasta el mar confundiendo a los peces? ¿Por qué el aire de las ciudades está limpio?



En casa, cada uno de nosotros, con los nuestros, o tal vez solos, podemos contribuir a la recuperación de todos, desde las habilidades y competencias personales que aliadas con nuestra creatividad,  desarrollemos respuestas a las necesidades comunes y personales.



Hemos habilitado en Instagram @consuelo_rollan_psicologia una ventana de apoyo para las dudas en las que consideréis podamos  ayudaros, especialmente en la gestión del tiempo, el alivio de estados de ansiedad, o cualquier cuestión relacionada con nuestras competencias que podamos dar salida. Además, contamos con este correo habitual de nuestros servicios.


Un abrazo para todos con nuestros mejores deseos. 



lunes, 16 de marzo de 2020

Los días que vivimos confinados

Vivimos días extraños, diferentes, el confinamiento obligado asociado a la consigna de aislamiento social nos pilla por sorpresa a pesar de las advertencias que ya venían sonando primero de lejos, poco después de cerca hasta llegar a tocarnos de lleno en el núcleo de nuestra vida cotidiana.  Nuestras costumbres del día a día ajenas a la voluntad del virus se paran de golpe y puede que no sepamos qué hacer con esa energía:  Los pasos que doy cada día con ánimo de hacer ejercicio para preservar mi salud, o bien la excusa para salir un rato de casa y descansar de las tareas, de las obligaciones, salidas y entradas sin cuestionarnos nuestra libertad de movimiento.
 La vida que tenemos ahora sufre un parón y toca plantearse como estructurar el tiempo, incluso nuestro modo de convivencia intensiva con las personas que vivimos.
 Cierto es que muchos llevan “ventaja” porque ya mantienen relaciones virtuales con mayor frecuencia que en el contacto físico.  Sin embargo, ahora estamos juntos en casa y tenemos por delante al menos 15 días para hacer y reorganizar nuestras actividades, nuestra comunicación en la convivencia, nuestra creatividad.
Se trata de una situación sin precedentes para nuestras generaciones,  estamos por primera vez obligados a permanecer en casa para preservar nuestra salud y la de los demás.  Es fácil de comprender y difícil de asimilar emocionalmente.  Supone un estado de duelo de nuestro estilo de vida, una parada obligada para dejar pasar lo que nos perjudica, ayudar a que pase de largo y no nos toque, y si lo hace estar preparados para ello.
Esta experiencia nos evalúa en todo lo que somos, podemos concluir esta situación con resultados positivos, constructivos o bien ahondando en nuestras debilidades. Es una decisión que hemos de tomar conscientes de que ahora más que nunca dependemos de nuestras acciones cotidianas ajustadas a las circunstancias. Puedes plantearte, cuando esto pase, que pasará, ¿Cómo quiero estar? ¿Cuál quiero que sea el resultado de estas semanas? ¿Qué necesito para llegar a ese momento? ¿Cómo voy a  hacerlo?
Puede que nuestras emociones pivoten estos días de un estado a otro. Es natural que así sea y no por ello sencillo de gestionar en muchos casos. Cada uno de nosotros tenemos una situación general común, el aislamiento, y muchas particulares, nuestra situación personal, laboral, económica, de salud, etc. 
Es importante saber qué hacer si nos sentimos asustados, ansiosos, inquietos.  En la situación que vivimos son reacciones ajustadas a la realidad que tenemos. Sin embargo, puede resultarte útil atender a algunas de estas sugerencias concretas:
  • Reduce la exposición a las noticias. No es aconsejable estar 24 horas pendiente de la información. No te aporta nada nuevo y te genera ansiedad.   Busca información veraz y necesaria para tener la información que hace falta para gestionar las necesidades.
  • Focaliza en los aspectos positivos de la información, por ejemplo, que estamos cuidados por quien corresponde, que nuestras necesidades básicas están atendidas, que lo que hacemos ahora es para estar bien después…
  • Pide ayuda si la necesitas, hay muchas maneras de hacer que llegue a ti.
  • Si tienes hijos, gestiona el tiempo con rutinas concretas, intercala actividades físicas con otras en reposo.  Afortunadamente internet nos ofrece opciones diversas y de calidad para realizar ejercicio en casa y otras actividades de ocio y aprendizaje saludable.  También es bueno intercalar tiempos de actividad común y otras en solitario. Recuerda la película “La vida es bella”, este papá construye cada día un mundo feliz para su hijo, le protege del miedo y hace de un simple mendrugo de pan un manjar.  Más allá de ocultarles la situación explícasela para que comprendan y deja que participen en el día a día en las tareas cotidianas como una actividad más.  Incorpora hábitos y juega, ahora puedes hacerlo. Somos seres resilientes, y esto significa que podemos enfrentarnos a la adversidad y salir reforzados de ella.
  • Aprovecha para lo que estaba pendiente por falta de tiempo, ya sea un libro a medias, unas plantas sin cuidar, el armario y sus recovecos en los que no sabes que guardaste hace tiempo, en fin, tareas que posponemos con la excusa del tiempo.
Más allá de estas actividades, el tiempo ahora precisa una atención exquisita por nuestra parte.  No es algo banal,  notar que no tenemos suficiente nos genera ansiedad y notar que no pasa puede angustiarnos.  Siendo nuestro mayor tesoro, es por ello nuestra mayor responsabilidad.  Ahora depende de nosotros lo que hagamos con él.
Estamos en contacto.
Equipo del Gabinete de Intervención y Educación Psicológica:
Consuelo Rollán
Sandra Prol Rollán
Álvaro Plana Cantón

viernes, 6 de marzo de 2020

Libertad vs. indefensión aprendida


Esta semana coinciden, supongo que no ajenos a la intención política, el anteproyecto de la Ley de Libertad Sexual y la celebración del Día de la Mujer. Mientras, el coronavirus avanza y se toman medidas urgentes para frenar el riesgo de contagio.

El anteproyecto de ley, según explicaba la ministra de igualdad, hace referencia al acoso sexual en la calle, incluyendo como delito situaciones diversas y complejas de legislar.

Hoy al levantarme mi memoria ha decidido viajar por asociación a situaciones vividas en primera persona a lo largo de mi vida. No me ha costado mucho enlazar un recuerdo con otro sorprendiéndome del número de eventos que allí se cobijan. 

Baste a modo de ejemplo la descripción de alguno de ellos:

8 de la mañana de un día cualquiera, Paseo de Juan XXIII de Madrid, me dirijo a la facultad, tengo 20 años y voy pensando en mis cosas, no recuerdo que, pero camino tranquila a encarar la mañana en mi clase de la facultad de educación. Doblo la esquina habitual que me lleva al edificio y de repente alguien me coge por el cuello, comienza a tocarme de arriba abajo diciendo palabras que apenas me da tiempo a asimilar, obscenidades rápidas que acompañan el arrebato del abusador.  Me quedo inmóvil y muda, no sé qué va a pasar, el miedo me paraliza, no sé defenderme.  Igual que comenzó, para y se va. Por unos instantes permanezco quieta y algo en mí, no sé qué, me impulsa a ir tras sus pasos, creo que quiero ver quién es o tal vez gritar, pedir ayuda.  Salgo a la calle y solo veo a un joven estudiante como yo caminar tan tranquilo en la dirección que probablemente llevaba antes de decidir desviar sus pasos por unos minutos para darse un atracón a mi costa.  Creo recordar que grité, aunque no estoy segura.  Es él, no hay nadie más cerca, me quedo mirando, hasta que desisto y voy compungida hacia mi clase.

Cuando llego, me siento junto a mis amigas y comienzo a llorar.  Se asustan y cuando la angustia me lo permite expliclo que me ha pasado. 

Me pregunto si ese estudiante será ahora un reputado abogado, un maestro, tal vez un médico o un político que lucha por la libertad o que la niega.  Me pregunto también si habrá tenido hijos y como les ha educado, tal vez hijas, ¿Qué les ha enseñado? ¿Les ha alertado de los riesgos de ir a clase a las 8 de la mañana? Tal vez sea un severo padre, o puede que siga buscando debajo de la mesa algún muslo ajeno que tocar, mientras por encima del mantel presume de una moral intachable.  Tal vez se dio cuenta de que ese tipo de acciones eran una falta de respeto cuando menos, una invasión a la intimidad y tranquilidad de una joven estudiante, un delito a partir de ahora, aunque quedará a salvo de las consecuencias, mientras nadie le ve. 

6 de la tarde, sentada en un banco, leo mientras mi hija de 9 años juega con su amiga en el parque, nuestro perro va de lado a otro olisqueando lo que puede. Mi intuición me avisa de una presencia a mi espalda.  Me giro y veo espantada un hombre joven, grande, fuerte, masturbándose.  Salto del banco y aliento a las niñas a correr mientras llamo al perro - ¡Ron, Ron, ven! -Mamá, ¿qué pasa?, ¡corred, corred!

El miedo, en esta ocasión me hace correr, supongo que por el instinto de protección. Sólo pienso en alejarme y que nuestro perro, grande, sea capaz de intimidar al acosador. 

5 de la tarde, en una urbanización cualquiera de Madrid.  Tomo el sol, mi hija juega a mi lado, la oigo hablar, afortunadamente no tengo que mirarla constantemente porque no calla, sé que está aquí cerca y estoy tranquila.

Nuevamente algo se interpone y por algún motivo me incorporo y miro hacia atrás. Un tipo que me parece enorme se masturba detrás de mí.  Me levanto aterrada, cojo a mi hija y corro hacia la portería en busca del conserje.  Angustia, temor durante días.  Desconfianza. 

¿Alguno más? 

Sí, este de la infancia, de la pubertad, unos 12 años, no más. Regreso del colegio con mi querida amiga Isabel, una gallega de pro. Caminamos contentas, hablando de cualquier cosa. De pronto un hombre se planta delante de nosotras se abre la gabardina y nos enseña su pene. Sí, amigos, esto no es un chiste ni una leyenda urbana, sucede. 

Mi amiga me coloca detrás de ella y le dice abiertamente, - ¿Qué pasa? El tipo se tapa y se va.

Todavía me sorprendo al recordarlo. Isabel supo qué hacer, no sé cómo lo aprendió, o si sintió la necesidad de protegerme, el caso es que así fue.  Ella tenía una hermana pequeña, tal vez había incorporado ya la misión de cuidar.  Yo soy hija única con tres hermanos, al parecer no tenía incorporada la manera de protegerme de otros hombres.

Uno más:  Vuelvo del cole, esta vez con mi amiga Nines, nos acorrala un grupo de chicos algo mayores que nosotras, una manada en versión actual, comienzan a tocarnos, consigo zafarme y salgo corriendo hacia mi casa en busca de ayuda. Mi hermano mayor baja y sigue a los desgraciados.

Hace relativamente poco tiempo, mi hija me contó un suceso similar, incluso más preocupante. Una noche de hace ya unos años, esperaba el autobús cerca de la casa de su novio, eran las 8, tal vez las 9 de una noche de invierno. Un coche se aproxima frenando y su alerta se activa.  La intuición, bendita sea, le hace correr hacia la puerta de la casa de su chico, afortunadamente tiene llave y consigue entrar, no sin errar antes con la cerradura por el miedo de ver que, efectivamente los individuos del coche pararon y corrían hacia ella gritando burradas.  Apenas consiguió entrar siguieron vociferando insultos, la presa se les escapó esta vez. 

El susto me duró un buen rato y pensé en tantas ocasiones en las que esperaba preocupada a que llegara a casa imaginando situaciones similares a la que realmente pasó. 

¿Qué creéis que hubiera pasado si la cogen? ¿Quiénes eran? ¿Qué hacen en este momento de sus vidas?  

Os aseguro que tengo más ejemplos, innumerables palabras soeces dichas desde coches, andamios, a dos pasos en cualquier calle.  No sé si alguien llama piropos a expresiones dirigidas a las partes íntimas de una mujer, yo no.  Realmente no necesito llenar mi autoestima con eso.  Ya sé que mis pechos son bellos, tengo ojos y criterio propio.  Claro que me gustan las palabras bonitas dirigidas a mi persona, pero no las soeces con contenido sexual desde un coche, o al pasar a mi lado cualquier individuo que lo hace para su propia excitación y porque cree que tiene derecho a hacerlo por el simple hecho de desearlo.
Nada tiene que ver con la intimidad elegida, construida en las relaciones auténticas y seguras, sin olvidar la espontaneidad de la sonrisa ante lo bello, pero con la cautela y respeto a la que sólo se llega si lo has mamado.

Es sólo una historia de una mujer cualquiera que ha aprendido a vivir con más o menos confianza a pesar de estos eventos.  Podría contar otros que se denominan abuso, tocamientos, seducciones y un largo etc., que se hallan inmersos en nuestro aparente avanzado contexto social cuyas consecuencias conozco por mi desempeño profesional.

Más allá de los piropos, de las intromisiones, están estos individuos, que en solitario o en manada creen que pueden circular a sus anchas amparados en su mala intención y su fuerza bruta, pillando desamparada a cualquiera que haya aprendido a ir por la vida confiada o con miedo, da igual. 

 Acabo de cumplir 60 años, todavía llamo a mi marido para que me recoja en esa esquina de la calle para evitar volver a casa pasando por una zona oscura, solitaria. 

Ahora que soy abuela, sin querer obsesionarme, pienso como proteger a mi nieta, igual que procuré hacerlo con su mamá. Y me pregunto, dónde está el equilibrio para evitar sobreproteger y desproteger, qué he de enseñarle, qué puedo transmitirle que le ayude a defenderse.  Cómo puedo aprovechar el tiempo con ella, sabiendo que obviamente, ella tendrá 12, 15, 20, 30 años... y que hoy por hoy todavía nos enfrentamos a esta epidemia permanente.

No puedo insistir más en la necesidad de educar, en arrancar de raíz el lenguaje soez, desigual, para unos y para otras, todos estamos en esto.

Educación desde el principio, para los que educan, legislan, gobiernan y caminan por la calle y desde luego legislación, compleja, debatida, consensuada, desde el conocimiento profundo de lo que implica, necesaria siempre.