viernes, 14 de diciembre de 2018

Reflexión Navideña



La gran aportación de Victor Frankl (1949) acerca de la construcción personal del sentido de la vida, cobra hoy una extraordinaria vigencia cuando analizamos las máscaras frente al aburrimiento y la soledad, ingredientes básicos del vacío existencial que aliados con la confusión en nuestros valores confluyen para derrotarlo o bien lo dirigen a adicciones que lo despistan. Ya sea las falsas apariencias de las redes sociales mal usadas, con relaciones a distancia huecas de afecto y tiempo efectivo, como el consumo desaforado, contaminan nuestra atención que enferma por inercia.
   
Inmersos como estamos en vísperas de las fiestas navideñas, conviene reflexionar acerca de lo proclives que nos hemos hecho al exceso en los deseos confundiéndolos con necesidades. A veces, su satisfacción se vuelve contra nosotros como un bumerán. Valga el ejemplo del exceso e inadecuado consumo de alimentos o medicamentos que incrementa la obesidad y las dependencias.


Creo que es necesario plantearnos la diferencia entre necesidades y deseos. Estos se valen de impulsos para dirigir la atención de manera imperiosa hacia algo que requiere satisfacción rápida aunque de efecto efímero.  La necesidad conlleva un efecto colateral más o menos grave si no se satisface, los deseos no.  Las necesidades son objetivas, los deseos subjetivos.


No planteo la ausencia de deseos ni la flagelación innecesaria, sí aliar los deseos con sentido real, con gasto de tiempo efectivo más que con objetos irrelevantes.  Si regalo una cometa a mi hija que sea para ir a volarla con ella al campo o a la playa, así contribuyo a crear una afición y compartimos tiempo juntas.  El exceso de deseos satisfechos, especialmente a través de objetos, no favorece el bienestar psicológico, más bien al contrario, lo limita porque es adictivo y frecuentemente insustancial. Considerándolo desde instancias más profundas, porque la motivación emocional genuina, lo que realmente necesitamos, no se satisface.  


Es preciso construir satisfactores sostenibles para las sociedades aparentemente ricas, en las que el consumo es vicio, en las que la necesidad de reconocimiento se sacia con un click aunque nunca nos hayamos visto y la soledad real siga ascendiendo en número de afiliados cada día.


Me pregunto donde están los aparatosos juguetes que se ven en paseos y parques los 363 días después de abrir los paquetes, porque yo no los veo más.


¿Jugarán en casa con ese aparente descapotable que papá o mamá nunca tendrán? ¿El nuevo móvil me ha ayudado a tener más amigos, 200, 300,1000...? ¿Y ese juego para cuatro que todavía está con el envoltorio?  En un escenario de este tipo, imagino los trasteros llenos de objetos molestos y el tiempo, ¿en qué se fue el tiempo?

“Obra así, como si vivieras por segunda vez y la primera vez lo hubieras hecho tan desacertadamente, como estás a punto de hacerlo ahora Victor Frankl (1946)