Esta
semana coinciden, supongo que no ajenos a la intención política, el
anteproyecto de la Ley de Libertad Sexual y la celebración del Día de la Mujer. Mientras, el coronavirus
avanza y se toman medidas urgentes para frenar el riesgo de contagio.
El
anteproyecto de ley, según explicaba la ministra de igualdad, hace referencia
al acoso sexual en la calle, incluyendo como delito situaciones diversas y
complejas de legislar.
Hoy al
levantarme mi memoria ha decidido viajar por asociación a situaciones vividas
en primera persona a lo largo de mi vida. No me ha costado mucho enlazar
un recuerdo con otro sorprendiéndome del número de eventos que allí se cobijan.
Baste
a modo de ejemplo la descripción de alguno de ellos:
8 de
la mañana de un día cualquiera, Paseo de Juan XXIII de Madrid, me dirijo a la facultad, tengo 20 años y voy pensando en mis cosas, no
recuerdo que, pero camino tranquila a encarar la mañana en mi clase de la facultad de
educación. Doblo la esquina habitual que me
lleva al edificio y de repente alguien me coge por el cuello, comienza a
tocarme de arriba abajo diciendo palabras que apenas me da tiempo a asimilar,
obscenidades rápidas que acompañan el arrebato del abusador. Me quedo inmóvil y muda, no sé qué va a pasar, el miedo me paraliza,
no sé defenderme. Igual que comenzó, para y se va. Por unos instantes
permanezco quieta y algo en mí, no sé qué, me impulsa a ir tras sus pasos, creo que quiero ver quién es o tal vez gritar, pedir ayuda. Salgo a la calle y solo veo a un joven
estudiante como yo caminar tan tranquilo en la dirección que probablemente llevaba antes de
decidir desviar sus pasos por unos minutos para darse un atracón a mi costa. Creo recordar que grité, aunque no estoy
segura. Es él, no hay nadie más cerca, me quedo mirando, hasta que
desisto y voy compungida hacia mi clase.
Cuando
llego, me siento junto a mis amigas y comienzo a llorar. Se asustan y cuando la angustia me lo permite
explico lo que me ha pasado.
Me
pregunto si ese estudiante será ahora un reputado abogado, un maestro, tal vez un médico o un político que lucha por la
libertad o que la niega. Me pregunto
también si habrá tenido hijos y como les ha educado, tal
vez hijas, ¿Qué les ha enseñado? ¿Les ha alertado de los riesgos de ir a
clase a las 8 de la mañana? Tal vez sea un severo padre, o puede que siga buscando
debajo de la mesa algún muslo ajeno que tocar, mientras por encima del
mantel presume de una moral intachable. Tal
vez se dio cuenta de que ese tipo de acciones eran
una falta de respeto cuando menos, una invasión a la intimidad y tranquilidad de una
joven estudiante, un delito a partir de ahora, aunque quedará a salvo de las consecuencias, mientras nadie le ve.
6 de
la tarde, sentada en un banco, leo mientras mi hija de 9 años juega con su amiga en el parque, nuestro perro va de
lado a otro olisqueando lo que puede. Mi intuición me avisa de una presencia a mi
espalda. Me giro y veo espantada un
hombre joven, grande, fuerte, masturbándose. Salto del
banco y aliento a las niñas a correr mientras llamo al perro - ¡Ron, Ron, ven! -Mamá,
¿qué pasa?, ¡corred, corred!
El miedo,
en esta ocasión
me hace correr, supongo que por el instinto de protección. Sólo pienso en alejarme y que nuestro
perro, grande, sea capaz de intimidar al acosador.
5 de
la tarde, en una urbanización cualquiera de Madrid. Tomo el sol, mi hija juega a mi lado, la oigo
hablar, afortunadamente no tengo que mirarla
constantemente porque no calla, sé que está aquí cerca y estoy tranquila.
Nuevamente
algo se interpone y por algún motivo me incorporo y miro hacia atrás. Un tipo que me parece enorme se masturba
detrás de mí. Me levanto aterrada, cojo a mi hija y corro
hacia la portería
en busca del conserje. Angustia, temor
durante días. Desconfianza.
¿Alguno
más?
Sí, este de la infancia, de la pubertad,
unos 12 años, no más. Regreso del colegio con mi querida amiga Isabel,
una gallega de pro. Caminamos contentas,
hablando de cualquier cosa. De pronto un hombre se planta delante de nosotras
se abre la gabardina y nos enseña su pene. Sí, amigos, esto no es un chiste ni una leyenda urbana,
sucede.
Mi
amiga me coloca detrás de ella y le dice abiertamente, - ¿Qué pasa? El
tipo se tapa y se va.
Todavía me sorprendo al recordarlo. Isabel
supo qué hacer, no sé cómo lo aprendió, o si sintió la necesidad de protegerme, el caso es que así fue. Ella tenía una hermana pequeña, tal vez había incorporado ya la misión de cuidar. Yo soy hija única con tres hermanos, al parecer no
tenía incorporada la manera de protegerme de otros hombres.
Uno más:
Vuelvo del
cole, esta vez con mi amiga Nines, nos acorrala un grupo de chicos algo mayores que nosotras,
una manada en versión actual, comienzan a tocarnos, consigo zafarme y salgo
corriendo hacia mi casa en busca de ayuda. Mi hermano mayor baja y sigue a los
desgraciados.
Hace
relativamente poco tiempo, mi hija me contó un suceso similar, incluso más preocupante. Una noche de hace ya
unos años, esperaba el autobús cerca de la casa de su novio, eran
las 8, tal vez las 9 de una noche de invierno. Un coche se aproxima frenando y
su alerta se activa. La intuición, bendita sea, le hace correr hacia la
puerta de la casa de su chico, afortunadamente tiene llave y consigue entrar,
no sin errar antes con la cerradura por el miedo de ver que, efectivamente los
individuos del coche pararon y corrían hacia ella gritando burradas. Apenas consiguió entrar siguieron vociferando insultos,
la presa se les escapó esta vez.
El susto
me duró un buen rato y pensé en tantas ocasiones en las que esperaba
preocupada a que llegara a casa imaginando situaciones similares a la que
realmente pasó.
¿Qué
creéis que hubiera pasado si la cogen?
¿Quiénes eran? ¿Qué hacen en este momento de sus vidas?
Os
aseguro que tengo más ejemplos, innumerables palabras soeces dichas desde
coches, andamios, a dos pasos en cualquier calle. No sé si alguien llama piropos a expresiones
dirigidas a las partes íntimas de una mujer, yo no. Realmente no necesito llenar mi autoestima con
eso. Ya sé que mis pechos son bellos,
tengo ojos y criterio propio. Claro que
me gustan las palabras bonitas dirigidas a mi persona, pero no las soeces con
contenido sexual desde un coche, o al pasar a mi lado cualquier individuo que
lo hace para su propia excitación y porque cree que tiene derecho a hacerlo por
el simple hecho de desearlo.
Nada
tiene que ver con la intimidad elegida, construida en las relaciones auténticas
y seguras, sin olvidar la espontaneidad de la sonrisa ante lo bello, pero con
la cautela y respeto a la que sólo se llega si lo has mamado.
Es
sólo una historia de una mujer cualquiera que ha aprendido a vivir con más o menos confianza a pesar de estos
eventos. Podría contar otros que se denominan abuso, tocamientos,
seducciones y un largo etc., que se hallan inmersos en nuestro aparente
avanzado contexto social cuyas consecuencias conozco por mi desempeño
profesional.
Más allá de los piropos, de las intromisiones, están estos individuos, que en solitario o
en manada creen que pueden circular a sus anchas amparados en su mala intención y su fuerza bruta, pillando
desamparada a cualquiera que haya aprendido a ir por la vida confiada o con
miedo, da igual.
Acabo de cumplir 60 años, todavía llamo a mi marido para que me recoja
en esa esquina de la calle para evitar volver a casa pasando por una zona
oscura, solitaria.
Ahora
que soy abuela, sin querer obsesionarme, pienso como proteger a mi nieta, igual
que procuré hacerlo con su mamá. Y me pregunto, dónde está el equilibrio para evitar sobreproteger
y desproteger, qué he de enseñarle, qué puedo transmitirle que le ayude a defenderse. Cómo puedo aprovechar el tiempo con ella,
sabiendo que obviamente, ella tendrá 12, 15, 20, 30 años... y que hoy por hoy todavía nos enfrentamos a esta epidemia
permanente.
No
puedo insistir más
en la necesidad de educar, en arrancar de raíz el lenguaje soez, desigual, para unos
y para otras, todos estamos en esto.
Educación desde el principio, para los que
educan, legislan, gobiernan y caminan por la calle y desde luego legislación,
compleja, debatida, consensuada, desde el conocimiento profundo de lo que
implica, necesaria siempre.
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