Hace unos días escuchaba en la radio una entrevista a una conocida cantante quien hacía alusión a su necesidad de ayuda profesional para procurarse la salud mental que percibió necesitar. Resaltaba la diferencia entre la enfermedad mental y la salud mental, con una interesante y acertada reflexión de su experiencia que resumo en esta frase: No es lo mismo no tener una enfermedad mental que tener salud mental.
El matiz es importante. La enfermedad mental o Trastorno Mental se define como una alteración de tipo emocional, cognitivo y/o comportamiento, en la que se encuentran afectados procesos psicológicos básicos como la emoción, la cognición, la conciencia, la conducta, la percepción, la sensación, el aprendizaje, el lenguaje, etc. El diagnóstico clínico contiene diversidad de parámetros contenidos en manuales técnicos que discute y consensuan los profesionales de la psiquiatría.
La salud mental constituye el bienestar psicológico que percibimos al encontrarnos suficientemente satisfechos con nuestras experiencias cotidianas en particular y en nuestra vida en general, con herramientas y actitudes suficientes y eficientes para afrontar las presiones y con la percepción de disfrutar de lo que nos gusta.
El desarrollo del bienestar psicológico no se aborda, exclusivamente, desde el ámbito clínico, puede decirse que lo trasciende acogiendo al ámbito psicoeducativo a través de la educación emocional y a la psicoterapia centrada especialmente en el autoconocimiento y desarrollo personal. Es decir, más allá de las patologías, se encuentran necesidades de carácter psicológico que no se hallan encuadradas en la enfermedad mental porque no lo son.
Puede haber riesgo de padecer un trastorno mental cuando los patrones o cambios en el pensamiento, los sentimientos o el comportamiento nos causan angustia intensa y persistente o alteran nuestra capacidad de funcionamiento cognitivo, emocional y social principalmente.
Por otro lado, no olvidemos que sentir angustia, ansiedad, tristeza, es inherente al ser humano, no podemos evitar el malestar porque éste forma parte de nuestro entramado biológico para protegernos cuando detectamos riesgos. Además nuestra dimensión espiritual y filosófica es sensible al sufrimiento propio y al ajeno. Somos exploradores vitales y buscamos respuestas, necesitamos construir nuestro sentido de la vida.
La vida a veces nos coloca en la tesitura de sentir emociones y sentimientos complejos ajenos a la enfermedad mental. Sin embargo, es necesario que tengan un escenario en el que representarse. Es decir, necesitamos conocer lo que sentimos, ubicar nuestro panorama emocional y darle la expresión adecuada.
En la antesala de la salud mental se encuentra la educación. Crecemos en un contexto que promueve la salud o la enfermedad. Nos caracteriza además nuestra dimensión biológica, conteniendo nuestra predisposición genética a la salud o a la enfermedad.
Cuando las personas acuden a recibir ayuda psicológica es frecuente que manifiesten la necesidad de compartir la angustia, o la ansiedad que sienten y que no hallan en su entorno cotidiano el espacio para asimilarse, para reformular sus sentimientos, pensamientos y actitudes de modo que sean asequibles para experimentar las vicisitudes de la vida de un modo sostenible.
Impulsar el bienestar psicológico requiere desenmascarar nuestros conflictos internos haciendo frente a nuestros propios antecedentes personales, conocer como nuestras creencias básicas acerca de la vida, expectativas y actitudes están influyendo en nuestra manera de afrontar las presiones y decisiones y nuestro modo de relacionarnos con nosotros y con los demás.
Es importante plantearnos que nos aleja del bienestar en lo que vivimos ahora y reconocer lo que nos puede ayudar a recuperarlo o impulsarlo.
Conocer sin juzgar nuestros estados de ánimo que a veces no coinciden con los eventos externos, lo que hace más compleja su asimilación. Encontramos en este sentido un límite difuso entre nuestros movimientos emocionales y la denominación de enfermedad mental.
Los profesionales de la psicoterapia, de la psicoeducación y de la salud mental propiamente dicha, atendemos a personas con un nivel de sufrimiento variable en cuanto a frecuencia e intensidad. También son diversos los recursos personales con los que las personas que piden ayuda se presentan.
Ofrecerles el entorno y el tipo de intervención propicio para atender su demanda es, desde mi punto de vista, el primer paso de la ayuda profesional. Saber derivar cuando corresponde a los compañeros o compañeras adecuadas también.
Reconocer nuestro campo de acción es un buen punto de partida para comenzar a establecer el necesario vínculo terapéutico. Comienza entonces el proceso de conocimiento, asimilación e integración de la indagación que hacemos juntos, reubicando la experiencia actual a través de la reformulación narrativa que requiere la vida hoy sin lastres innecesarios, abriendo perspectivas que potencien el desarrollo de la propia experiencia vital.
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